yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo
José Ortega y Gasset
Las circunstancias que llevan a una familia, o a una persona, a emigrar pueden ser tan distintas como inesperadas. En mi caso, las circunstancias que llevaron a que mi vida pasara de estar en Bolivia a estar en los EE.UU. no tuvieron sentido alguno. Me tomaría años deschipar ese embrollo y entender porque mi familia decidió emigrar.
En ese momento la idea que escuché (de los adultos); antes de viajar, era que la vida es mejor allá, que vas a vivir con tu papá. Lo único que yo llegué a entender de esas palabras fue que había una expectativa y anticipación inmensa. Nadie se sentó a explicarme ¿qué querían decir con lo de ‘la vida es mejor allá‘? o ¿por qué íbamos a dejar de vivir con mamá?

Los primeros días
Cuando mis hermanas y yo llegamos a los EE.UU. la palabra “mejor” llegó a sentirse obsoleta. Pasamos de vivir con una madre envuelta en todos los aspectos de nuestras vidas, a vivir con un padre que, a pesar de estar cerca, se mantenía ausente de nuestras vidas. Esa fue la realidad más difícil de entender; a nuestro propio padre parecíamos estorbarle. La misma persona que nos había pedido que vengamos a vivir con él, en el momento que más lo necesitábamos, parecía arrepentirse de habernos traído. Luego con el tiempo entendería que nuestro padre no tuvo un compás moral; o ideas propias, en esa decisión. El traernos a vivir a los EE. UU. no fue idea suya, todo indicaba que no había pensado realmente en el futuro que nos esperaba después de haberos sacado de Bolivia. Yo perdoné a mi papá unos años atrás y le ofrecí mis disculpas, la transición no fue fácil para nadie. Yo fui un adolescente ingrato, el un adulto que más allá de ser un insensato–plagado de preocupaciones; fue inconsciente de los errores que cometió al intentar mejorar las cosas para su familia.
En un ambiente donde las expectativas eran tan altas, la realidad llegó a verse absurda.
El hecho de dejar una casa con un jardín y árboles, por un apartamento donde tres compartimos un cuartito, mientras una de mis hermanas dormía en la sala, fue desalentador. Pero no tan desalentador como el tratar de entender porque mi hermana mayor pasó de estar estudiando en la universidad a comenzar a trabajar. ¿Para qué? –Me llegue a preguntar. ¿Acaso aquella “mejor” vida consistía en volver a cometer los mismo errores del pasado?. En un ambiente donde las expectativas eran tan altas, la realidad llegó a verse absurda.
Esa transición me marcó–para siempre, no solo había dejado Bolivia en un momento cuando mis compañeros y compañeras de la escuela eran como una segunda familia; también había dejado a mi familia verdadera. Me sentí vacío por mucho, mucho, tiempo.
Me pregunté varias veces ¿Cómo le hago para seguir viviendo? si pasé toda una vida en un país en el que ya no vivo, con amigas y amigos que ya no veo, con un lenguaje que ya no uso, con una familia que ya no conoceré. Para sobrevivir resolví olvidar, me metí de lleno a la tarea de aprender y construir todo de nuevo. Lo hice—no por querer olvidar. Si no porque vivir en dos lugares a la misma vez era abrumador.
Años después entendí que nunca olvidaría a Bolivia. Lo supe cuando cosas tan simples como el olor de las mandarinas me devolvían a las calles de Santa Cruz. En un instante me encontraba caminando en los laberintos del mercado, rodeado de gente caminando por todos lados, admirando estantes repletos de frutas, quintales de papa en el suelo, venteros ambulantes sirviendo comida desde sus carretillas… y una tras otra mis memorias me alegraban y entristecían a la misma vez. A veces me tomaban desapercibido como cuando aquella vez; mientras caminaba en el metro, por casualidad escuché la canción Latinoamérica de Calle 13—no aguante las lágrimas, la nostalgia me golpeó como un tren que no vi venir.
Pronto me di cuenta que lo que hacía emocionalmente para sobrevivir, también me estaba carcomiendo. Les pido disculpa a mis amigas y amigos, tías y tíos, primas y primos, a mi abuela, a mi mamá; les deje de hablar en esos días porque esa era mi manera de lidiar con la depresión, porque el escuchar sus voces solo me hacían pensar en la distancia que me separaba de Bolivia.
El exilio de la mente
El vivir en el extranjero te hace enfrentarte con las ideas que rodean tu identidad como nunca antes las habías enfrentado. La distancia te ayuda a reflexionar acerca de tu pasado, te lleva a cuestionar quién eres, y más que todo te da tiempo para extrañar a tu país. Lo extrañas tal y como es, con todo lo bueno y lo malo que tiene.
Durante mi tiempo en los EE. UU. me he preguntado ¿Qué significa ser boliviano?, ¿qué efectos tiene, hoy en mi, el haber crecido en un país, en su mayoría, católico?, ¿Cómo influye a una persona el haber crecido en una sociedad machista?, ¿qué rol tuvo el racismo, de la sociedad boliviana, en mi forma de pensar?
Poco a poco encontré respuesta a esas preguntas tras reflexionar acerca de ellas con todos los amigos y amigas emigrantes que hice en la escuela, la universidad, y en el trabajo. Esas personas son unas de las pocas cosas que han redimido mis días en los EE. UU. Hoy me doy cuenta que este país es un país de inmigrantes-como yo!-, ya que siempre a estado–desde el principio de su historia–lleno de personas de todas partes del mundo. El que tengamos hoy en nuestras mentes a una persona de tez blanca, pelo rubio, y ojos azules como el típico estadounidense es solo un mito creado por el racismo. Los estadounidenses siempre han venido en todos los colores.
El choque cultural
En Bolivia crecí observando un descontento con las instituciones públicas, el gobierno, y la situación laboral—lo cual es comprensible—la corrupción, las dictaduras, y las crisis económicas son parte de nuestra historia. Ahora si encima de todas la dictaduras, las crisis, y la corrupción le añadimos las elecciones presidenciales es obvio que no se puede esperar una transición de poder pacífica. Al fin y al cabo los bolivianos y bolivianas son personas aguerridas que saben que no hay pendejo más grande que el que se cree estar por encima de la voluntad de todo un pueblo, ya sea esté un extranjero; con acento de gringo, como Gonzalo Sánchez de Lozada o uno de los nuestros, como Evo Morales.
Cuando yo llegue a los EE. UU. una las primeras cosas que me impactó fue ver cómo el entonces presidente George W. Bush, en un podio en frente de la Casa Blanca, concluyó su presidencia dando un discurso de bienvenida al nuevo presidente, Barack Obama. Lo que siempre recuerdo de su discurso es la frase “Esta transición de poder pacífica es uno de los sellos distintivos de una verdadera democracia.” Esa frase se quedo en mi mente porque yo nunca antes había presenciado algo así. Yo estaba acostumbrado a ver a los presidentes salir del poder rajando, en un avión o en helicóptero, nada de discursos de bienvenida al nuevo presidente.
Años después me di cuenta que si Bolivia pasa por un conflicto con cada transición de poder los EE.UU. tiene una supresión de votos legal, es decir leyes que marginan a un sector de la población para que no puedan votar o no sean representados en el sistema político. Así que da igual–al final la política, cuando se usa en contra de un pueblo, es sólo otra forma de normalizar abusos y maltratos ya sea en Bolivia o aquí en los EE.UU..
Desde el principio de su historia los EE. UU. ha sido una nación plagada por el racismo. Hoy en día el racismo sobrevive incrustado en sus leyes, y sus abusos gozan de impunidad. Un ejemplo muy sencillo de este problema se puede observar en la forma en que se trató la insurrección que ocurrió el 6 de enero del 2021 en el capitolio y las manifestaciones que empezaron en mayo del 2020 tras el asesinato de George Floyd. Por un lado la insurrección comenzó como una serie de manifestaciones iniciadas por simpatizantes de Donald Trump, quienes cuestionaban los resultados de las elecciones presidenciales del 2020, ellos alegaban que los resultados no eran legítimos.

Las otras manifestaciones expresaban apoyo al movimiento “Las Vidas Negras Importan” (Black Lives Matter en inglés) movimiento que busca, entre otras cosas, frenar la violencia que los afroamericanos sufren a manos de la policía. En estos dos eventos la ciudad de Washington, D. C. temió que la multitud se torne violenta. Solo en uno de los dos eventos esto llegó a ocurrir, en la insurrección.
En los dos casos la policía estuvo haciendo presencia en las calles del centro de la ciudad. Pero solo para las protestas de Las Vidas Negras Importan se llamó a la guardia nacional para proteger la ciudad. Esto puede parecer algo trivial, como un mal gestionamiento de la seguridad en una ciudad tan importante como lo es la capital de los EE. UU. pero el simple hecho de que unos protestantes eran afroamericanos y los otros eran blancos hizo toda la diferencia. El entonces presidente Donald Trump incitó a la violencia y dejó a la ciudad desprotegida cuando sus simpatizantes protestaban y envío a la guardia nacional a las protestas de La Vidas Negras Importan.

Muchos crecimos pensando que los EE. UU. es el país de las oportunidades, donde todo es posible, o creímos en el mito de que el sueño americano lo puede alcanzar cualquier persona dispuesta a trabajar duro.
La realidad es que el trabajo duro no te asegura nada en este país; y lo que es peor aún: ser pobre en los EE.UU. es caro. Suena raro pero si, sale caro ser pobre porque si los caminos más claros hacia la clase media son la educación, el ser dueño de una vivienda, y el acceso a servicios de salud. Esas son las tres cosas más caras que existen en los EE.UU.. El capitalismo ha hecho de esas cosas un lujo.

Ahora que soy un joven adulto
Mi vida se siente como dividida en dos, una mitad en Bolivia y la otra en los EE. UU. y a pesar de haber pasado por una transición cicatrizante, hice lo mejor que pude con la circunstancia en la que me encontré. Crecí un montón y ahora, 14 años después de haberme mudado, estoy mejor–emocionalmente–y eso no tiene nada que ver con el país en el que vivo. Tiene que ver, irónicamente, con la forma en que me criaron. Hoy estoy agradecido de que mi papá y mi mamá tomaron la decisión de emigrar, a pesar de lo dolorosa que fue esa transición. Hoy en día me siento como un sobreviviente agradecido de seguir respirando, agradecido de estar todavía joven, y feliz de ser dueño de mis propias decisiones.
Hoy si me preguntan ¿cómo es vivir en los EE.UU.? mi respuesta seria: es un desafío desde el momento en que llegas hasta cuando te acostumbras, ya que donde sea que te encuentres; si no están en tu país, seguirás viviendo en un país ajeno.
2 replies on “Sobreviviendo los Estados Unidos”
Hola Peter esta increíble tu blog en el tiempo que estuve contigo jamas me imagine todas las cosas por las que estabas pasando dentro de ti siempre fuiste tan alegre y entusiasta me encabtaba pasar tiempo contigo por esa chispa tan tuya que siempre me sacaba una sonrisa espero que te encuentres bien
te quiere itza
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Gracias Itza, personas como tu me ayudaron a olvidar lo que estaba pasando esos días. Hoy me encuentro bien. Gracias por tu amistad espero que te encuentres bien también.
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