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El amor en los tiempos del machismo

Las malas costumbres de la sociedad que hasta hoy en día siguen siendo injusta con las mujeres perpetua una idea errónea de ellas al representarlas únicamente como estereotípicas madres, solteras, viudas, sentimentales, etc. Incluso el simple echo de ver a las mujeres como personas ‘difíciles de entender’ es dañino ya que repercute en la mente de toda una población. Yo que me considero una persona progresiva pensé que bien sabía de estas obvias, y no tan obvias, maneras en las que la sociedad siempre a puesto a las mujeres en desventaja. Pero, para mi desconcierto, y después de conocer y conversar con mujeres feministas, empecé a entender que yo y toda mis ideas (que me hacías sentir progresivo) no llegaban a ser más que un pobre vistazo a un problema aún más grande. Una de esas mujeres es Rachel, una lectora voraz y de una inteligencia enciclopédica, algo que se hace evidente cuando conversas con ella por esa sencillez sin pretensiones con la que dice las cosas. En los mejores momentos de nuestras conversaciones me da la impresión de que todo lo a medido antes de decirlo, desde nuestras primeras charlas me asombro esa sencillez con la que se expresa. Yo que complicó hasta las cosas más simples veía en su forma de hablar una destreza admirable. Después de muchas conversaciones con ella descubrí que no me había dado cuenta hasta qué punto yo mismo, a pesar de todas mis buenas intenciones, también soy un buen ejemplo de esta sociedad que es injusta con las mujeres. Lo digo porque por momentos yo continuo acarreando, por puro hábito, las actitudes sexistas de esta sociedad. 

Por ejemplo, cuando Rachel y yo intercambiamos por primera ves recomendaciones literarias, ella como ávida lectora me compartió su gusto por libros escritos por mujeres y yo de regreso le ofrecí mis mejores libros y los pocos libros escritos por mujeres que yo había leído. Esa escasez de libros escritos por mujeres, en mi biblioteca, lo entendí como un descuido y una trivialidad sin más sentido, pero mientras más conversábamos entendía que la mayoría de las historias que había leído habían sido contadas con la perspectiva de un hombre y casi nunca con la de una mujer; y eso influenciaba mucho la manera en la que yo veía las cosas. El ejemplo más claro de esta influencia me ocurrió cuando ella en ocasiones pagaba la factura de nuestra comida en algún restaurante. Ese simple hecho me hacía sentir un poco incómodo y me pregunté porque me sentía así. Al confrontar esa idea descubrí que mis aspiraciones como hombre me querían poner un paso más adelante de ella: más sabiduría, más dinero, más responsabilidad. Yo quería siempre ser un poco más y cuando ella se ofrecía a pagar, porque sabía que yo no tenía dinero, yo insistía en pagar incluso cuando no tenía dinero. Sabiendo bien que ella no tenían ningún problema al pagar por los dos. El problema, luego entendí, estaba en que si yo no podía sentirme cómodo con una simple idea como esa, quién sabe que cosas más me incomodarían. Ahí entendí que mi deseo de pagar la factura era una forma más de aspirar a ser como esos estereotípicos hombres idealizados de los que tanto había leído.
 
Al pasar del tiempo y después de muchas conversaciones con Rachel, yo notaba cada ves más hasta qué punto el vivir, ver, escuchar, y leer el mundo a través de la perspectiva de los hombres me había afectado. No solo me había inclinado a tomar en cuenta solo el punto de vista de los hombres si no que también me había inculcado su forma de pensar: una forma machista y testaruda. El crecer en una sociedad en que solo los hombres son escuchados me dio a conocer mucho del hombre y sus ideas. Especialmente de sus incontables aspiraciones. Pero en más de veinte años de vida solo había visto o escuchado muy pero muy poco de las experiencias de las mujeres. Al llegar a esta conclusión comprendí el porque es normal el escuchar que las mujeres son ‘difícil de entender’, que son complicadas, que son contradictorias, pero cuando se habla acerca de los hombres siempre sobran explicaciones. Con el tiempo también descubrí que no sólo en literatura pero también en el cine, las artes, las ciencias, los deportes, y en toda la historia, los hombres han sido y siguen siendo sobre representados y las mujeres casi nunca mencionadas.
 

el problema está en que las mujeres siempre han sido representadas de una sola manera: para el placer y la mirada del hombre

 
Desde que me di cuenta de este esquema me puse a platicarlo con Rachel y ella me introdujo a nuevas ideas y conceptos feministas que explican lo que estaba empezando a notar, una de las personas que ella me recomendó leer fue Laura Mulvey quien en uno de sus ensayos habla de la manera en que las mujeres son representadas en el cine. Gracias a ese ensayo, y a las conversaciones que tuve con Rachel, entendí que estaba equivocado en pensar que las mujeres no eran mencionadas, o que sus historias no eran contadas. Si lo eran, el problema está en que las mujeres siempre han sido representadas de una sola manera: para el placer y la mirada del hombre. Esto hace que los personajes de las mujeres, en la mayoría de las historias, tengan solo roles convencionales, ya sea que fueran solteras, casadas, santas, prostitutas, atractivas, o ordinarias, siempre son los mismos roles, siempre predecibles, y nunca son genuinos seres humanos. Es como si a las mujeres solo se les permitiera personajes con una sola historia. Desde esos días en que empecé a notar este esquema y sus arquetipos todas las historias que encontraba se sentían como fabricadas para una audiencia llena de hombres machistas. Fue entonces que también entendí que tenía que esforzarme para encontrar historias que no estén narradas de esta manera tan convencional. Mi primer paso para cambiar ese problema fue el empezar a leer más obras escritas por mujeres, y convertir en una norma el leer un libro de una escritora por cada libro de un escritor que me ponga a leer. Este cambio me llevo a tomar mucho más atención a la manera en que los personajes de las mujeres son escritos.
 
Fue entonces que Rachel me lo mencionó una ves cuando cenábamos, yo no pude contener mis deseos de defender a uno de los escritores más queridos de mi biblioteca. Ella me mencionó que muchas de las grandes obras literarias habían sido escritas con personajes de mujeres que tenían el mismo problema que acababa de descubrir, y que Gabriel García Márquez; unos de mis escritores preferidos, no era la excepción si no que uno de los mejore ejemplos de este problema. Desbastado por las evidencias que encontré al recordar todos los libros que había leído de el, no me hizo falta escudriñar en cada uno de sus personajes, fue suficiente el ver que muchos de sus personajes eran estereotípicas vírgenes, jóvenes, viudas, o madres que en muy pocas ocasiones trascendían esos roles.
En un principio se me hizo difícil el aceptar que alguien que había apreciado tanto hubiera contribuido a este problema, pero luego me acorde que yo mismo tuve que hacer un esfuerzo para sacudirme los malos hábitos de esta sociedad que se estaban asentado en mi mente. Sin embrago, tanto me afectó ese hallazgo que a pesar de que en ese momento me encontraba leyendo la memorias de ese autor, Vivir para contarla, mis ganas de continuar leyendo el libro en ese instante se desvanecieron.
 
Pero el mejor consuelo que pude encontrar tras perder interés en un autor que quise tanto fue el seguir leyendo y encontrar mejores libros con los cuales remplazar aquella afección perdida. Fue ahí que una ves más las recomendaciones de Rachel me ayudaron a ver las cosas de una forma distinta. Al leer libros que narran la experiencias de la mujeres de una forma más genuina yo encontré historias con las que yo mismos me podía identificar.

En libros como los de la magistral tetralogía de Elena Ferrante, que cuenta la historia de una larga amistad de dos amigas que viven en Italia, yo encontré historias de muchas mujeres que me recordaban a mis hermanas, a mi madre, a mis amigas. Otro libro que me cautivo por su genialidad fue Americanah de Chimammanda Ngozi Adiche, que trata de la vida de una inmigrante nigeriana en los Estados Unidos, el leer ese libro para mi fue el leer la historia de otro inmigrante como yo; quien a pesar de ser de un lugar distinto del mundo tenía experiencias que me hacían recodar momentos de mi propia vida en los Estados Unidos.

Libros como esos y especialmente el conocer mujeres como Rachel me ayudaron a ver todo lo que había ignorando. Hoy estoy más alegre que triste al haber perdido mi afición por los libros de García Márquez, ya que a cambio gane nuevas afecciones literarias, y lo que es mejor aún es que me siento como si me hubiera salido de un círculo que me limitaba a ver a las mujeres de una sola forma, de la manera en la que la sociedad las representa. Esa manera injusta a la que ya no puedo tolerar.

By peterveras

My name is Peter, I started to blog in my senior year of college. I enjoy writing and documenting things worth remembering.
My nombre es Peter, comencé este blog cuando estaba en mi último año de la universidad. Lo hice porque disfruto escribir y documentar las cosas que vale la pena recordar.

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